sábado, 27 de octubre de 2007

La buena educación


- ¿De dónde nace esa tristeza profunda, que en tan poco tiempo ha alterado su semblante de usted, en términos que apenas le reconozco? ¿Son éstas las señales de quererme exclusivamente a mí, de casarse gustosa conmigo dentro de pocos días? ¿Se anuncian así la alegría y el amor?


- Y ¿qué motivos le he dado a usted para tales desconfianzas? Haré lo que mi madre me manda, y me casaré con usted.


- ¿Y después, Paquita?


- Después... y mientras me dure la vida, seré mujer de bien.


- Eso no lo puedo yo dudar... Pero si usted me considera como el que ha de ser hasta la muerte su compañero y su amigo, dígame usted: estos títulos ¿no me dan algún derecho para merecer de usted mayor confianza? ¿No he de lograr que usted me diga la causa de su dolor? Y no para satisfacer una impertinente curiosidad, sino para emplearme todo en su consuelo, en mejorar su suerte, en hacerla dichosa, si mi conato y mis diligencias pudiesen tanto.


- ¡Dichas para mí!... Ya se acabaron.


- ¿Por qué?


- Nunca diré por qué. Y daré gusto a mi madre.


- Y vivirá usted infeliz.


- Ya lo sé.


- Ve aquí los frutos de la educación. Esto es lo que se llama criar bien a una niña: enseñarla a que desmienta y oculte las pasiones más inocentes con una pérfida disimulación. Las juzgan honestas luego que las ven instruidas en el arte de callar y mentir. Se obstinan en que el temperamento, la edad ni el genio no han de tener influencia alguna en sus inclinaciones, o en que su voluntad ha de torcerse al capricho de quien las gobierna. Todo se las permite, menos la sinceridad. Con tal que no digan lo que sienten, con tal que finjan aborrecer lo que más desean, con tal que se presten a pronunciar, cuando se lo mandan, un sí perjuro, sacrílego, origen de tantos escándalos, ya están bien criadas, y se llama excelente educación la que inspira en ellas el temor, la astucia y el silencio de un esclavo.


- Es verdad... Todo eso es cierto... Eso exigen de nosotras, eso aprendemos en la escuela que se nos da... Pero el motivo de mi aflicción es mucho mas grande.


- Sí, Paquita; conviene mucho que usted vuelva un poco sobre sí... No abandonarse tanto... Confianza en Dios... Vamos, que no siempre nuestras desgracias son tan grandes como la imaginación las pinta... ¡Mire usted qué desorden éste! ¡Qué agitación! ¡Qué lágrimas! Vaya, ¿me da usted palabra de presentarse así..., con cierta serenidad y...? ¿Eh?


- Y usted, señor... Bien sabe usted el genio de mi madre. Si usted no me defiende, ¿a quién he de volver los ojos? ¿Quién tendrá compasión de esta desdichada?


- Su buen amigo de usted... Yo... ¿Cómo es posible que yo la abandonase... ¡criatura!..., en la situación dolorosa en que la veo?


- ¿De veras? ¡Qué poco merece toda esa bondad una mujer tan ingrata para con usted!... No, ingrata no; infeliz... ¡Ay, qué infeliz soy, señor Don Diego!


- Yo bien sé que usted agradece como puede el amor que la tengo... Lo demás todo ha sido... ¿qué sé yo?..., una equivocación mía, y no otra cosa... Pero usted, ¡inocente! usted no ha tenido la culpa.



El si de las niñas

miércoles, 24 de octubre de 2007

Negro

No poseo versos oscuros para sacarme de la manga.

No hablo de crepúsculos ni rosas rojas.

No me gusta la sangre y respeto a la muerte.

Pero me inspira la noche y su oscuridad.

Cuantas menos estrellas haya, más rápido puedo pensar.

Hablo sola, creo diálogos, imagino cosas que no existen.

Y luego me muero de miedo.

Me escondo, porque oigo cosas, porque noto una presencia.

No es un fantasma, no es un asesino medieval, no es una momia, no es un vampiro, no es un payaso diabólico, no es la niña maldita…

Soy yo.

De hecho, soy yo la que me asusto.


Negro, negro, negro, que negro es todo…

Que bonito es el negro, no?

Negro! Grande, grande…

Me sugiere tantas cosas…

Pero desde luego nada malo, es bonito, alegre, es fructífero, es entrañable, es desparpajo…, a pesar de lo que digan.

Me da igual lo que digan.


Soy mi única confidente, eso es lo que busco.

Levanto la cabeza y miro a todos por encima del hombro, porque me da la gana.

Me siento guay, superior, aunque e realidad sea una petarda.


No se juega así con la poesía.

Pero yo hago lo que me da la gana.

Porque yo no poseo versos oscuros para sacarme de la manga.